11.10.23

"La vida es un riesgo inconsiderado que nosotros, los vivos, corremos. [...] "Arriesgar la vida" (Risquer sa vie) es una de las expresiones más bellas de nuestro idioma. ¿Significará necesariamente enfrentar la muerte y sobrevivir? ... ¿o bien habrá, inserto en la vida misma, un dispositivo secreto, una música capaz por sí sola de desplazar la existencia hacia esa línea de batalla que llaman deseo? Pues el riesgo -dejemos por lo pronto indeterminado su objeto- abre un espacio desconocido. ¿Cómo es posible, estando vivo, pensarlo a partir de la vida y no de la muerte? En el momento de la decisión, él escudriña nuestra relación íntima con el tiempo. Es como un combate en el que desconoceríamos a su oponente, un deseo del que no tendríamos conocimiento, un amor del que ignoraríamos la cara, un acontecimiento puro. 

¿Cómo no interrogarse acerca de lo que adviene de una cultura que ya no puede pensar el riesgo sin convertirlo en un acto heroico, una locura pura, una conducta apartada de la norma? Y si el riesgo trazara un territorio antes siquiera de realizar un acto, si supusiera una cierta forma de estar en el mundo, si construyera una línea de horizonte... Tal vez arriesgar la vida sea, para empezar, no morir. Morir en vida, bajo todas las formas de renuncia, de la depresión blanca, del sacrificio. Arriesgar la vida, en los momentos clave de nuestra existencia, es un acto que nos rebasa a partir de un saber aún desconocido por nosotros, como una profecía íntima; el momento de una conversión. 

En tanto acto, el riesgo da pie al azar. Lo querríamos voluntario cuando se origina en la oscuridad, lo inverificable, lo incierto. Aquí examino el riesgo en los aspectos que no permiten su evaluación ni su eliminación, bajo el horizonte del no morir. ¿Cómo imaginar que la certeza de nuestro fin podría no tener, de rebote, ningún efecto sobre nuestra existencia? Desde el rincón más lejano de esta certeza sabemos que algún día todo lo que amamos, esperamos, realizamos, será borrado. ¿Y si no morir en vida fuera el primero de todos los riesgos, que se refractara en la proximidad humana del nacimiento y de la muerte? 

El riesgo es un kairos, en el sentido griego del instante decisivo. Y lo que determina no es solamente el povernir sino también el pasado, detrás de nuestro horizonte de espera, en el que se revela una reserva insospechada de libertad. ¿Cómo nombrar lo que al decidir del porvenir, reanima de hecho el pasado, impidiendo su fijación? Pues el riesgo pertenece a una familia acústica, a ese tipo de efecto (Larsen) que hace que el sonido regrese hacia el que lo emite. Cuando se oye de rebote, provoca una suerte de inteligencia secreta que quizá sea la única capaz de desarmar la repetición. Lejos de ser un "hacia adelante" (en avant) puro vuelto hacia el futuro, entabla con el tiempo y la memoria una suerte de inversión de las prioridades, por una suerte de revuelta, de ruptura muy suave y continua. El instante de la decisión, en el que se toma el riesgo, inaugura un tiempo otro, como el traumatismo. Pero un trauma positivo. Sería, milagrosamente, lo contrario de la neurosis cuya marca de fábrica es atrapar en sus redes al porvenir de tal manera que moldee nuestro presente según la matriz de las experiencias pasadas, sin dejar ningún lugar a la irrupción de lo inédito, al desplazamiento, aunque sea ínfimo, abierto por una línea de horizonte. El efecto de rebote del riesgo sería su exacto contrario, sí, sería a partir del futuro un rewind que de alguna manera desmantelaría la reserva de fatalidad incluida en todo pasado, abriendo una posibilidad de estar en el presente; lo que se llama una línea de riesgo."


Anne Doufourmantelle, Elogio del riesgo, Nocturna / Paradiso, 2020.

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