25.9.17

ningún lugar

Ningún lugar. Foto © Luisa Zotes 

ayer fui a ver Ningún lugar, de Nilo Gallego y Chus Domínguez, también de Luminita Moissi, Mirela Ivan, Angelica Simona Enache, Mariana Enache, Julián Mayorga, Jonas Mekas, Claudia Ramos, Raúl Alejos, Ana Cortés y Óscar Villegas, porque esta obra, me parece, es de todxs, siendo cada unx diferente, y esta igualdad es sólo una de las muchas bellezas que tiene la pieza. A mí no me pudo gustar más, hasta las lágrimas, pero unas lágrimas no de pena sino de pura alegría ante la imagen de exilios, migraciones y mundos duros pero vividos con carne real, hacia el canto e, incluso, la risa. Me gustó que se cumplieron las promesas tan hermosas que sobre la pieza hizo Jonas Mekas en aquel vídeo del 11/7/2017 (the small, the small, the personal, así pronunciado como él, con temblor y firmeza), pero también que su autoría no mandara ni se impusiera como la más importante sobre el escenario: las frases sencillas de su diario de exilio abrían un tiempo histórico (la segunda guerra mundial) en el presente de migraciones que traían las frases de lxs performers en escena. Quiero decir que no había peso del nombre del autor. Los fragmentos del diario que escogieron hablaban de no querer ir al ejército una vez en américa porque se había huido de europa como "acto animal" frente a la guerra, de sangrar por la nariz en medio del tránsito por el continente en guerra, de no querer trabajar los sábados en una fábrica, y de la nieve en nyc. Y entonces se abre una portalón al fondo de la escena y nieva en madriz. Como si todos los lugares tuvieran derecho a nieve. Magia. Me gustó muchísimo la manera de estar, cantar, tocar y cocinar de las cuatro actrices sobre escena, ningún temor, ninguna impostación, ningún gesto disociado de su presencia. La experiencia de pasar más de la mitad de la obra sin poder entender el idioma que hablaban (rumano), y el momento (MARAVILLOSO: de lo mejor que he visto en mi vida en términos de Forma verbal en escena) en el que pasan al castellano porque sentadxs a la mesa con Julián Mayorga (que es colombiano) y Claudia Ramos (que por el acento parecía de aquí de la península) el idioma compartido era ese. Y era precario en sus tiempos verbales conjugados, y era, por eso, una viveza del hablar, del decir, con plena comunicación y muchísimos detalles increíblemente precisos. Papel verde, papel blanco, papel chiquito y papel grande son diferente versiones del NIE que se obtienen en un sitio llamado Padre Piquer: si algúnx castellanohablante dijera que lo entiende mejor que alguien que no habla ese idioma, creo que mentiría, porque esas palabras parecen que significan cosas concretas, pero su concreción real está en el uso que no tienen las personas que disfrutamos papeles de nacionalidad. Me gustó muchísimo la música, cómo Julián Mayorga cortaba las canciones para explicar cosas sobre ellas. Cosas como qué significa Tolima, o la diferencia entre el vals europeo, que viajó a américa, y su versión americana: el pasillo. Me dio muchísimo gusto observar el despliegue sobre el suelo y la recogida en un camión de cada uno de los objetos con partes de metal vendible y con partes de mundo (una cabeza de cartón piedra, un perro, un acordeón, unas señales de tráfico). No me aburrió nada ni tampoco me entretuvo porque pude mirar con gusto, estaba muy a gusto en esta obra. Hubo algo de ese trabajo tan honesto que de lejos me recordó al trabajo tan honesto ejecutado por los tres miembrxs de Vértebro Teatro entre la música de una banda u orquesta (no estoy segura del nombre) de una cofradía de Semana Santa cordobesa en su "Faena", una obra que vi por ahí por mayo o junio subida al escenario del Español, y que también me encantó. Como en "Faena" empezábamos comiendo jamón y bebiendo cerveza, en "Ningún lugar" terminamos comiendo sarmale (comida rumana riquísima). La alegría que sentí al salir, la emoción, aún me duran: son muy consistentes porque el contagio es muy real. Nada de espectáculo, nada de abuso ni maluso ni uso de unxs por otros (directores por ejemplo). Ninguna jerarquía, no al dinero en la forma. La valentía de poner en escena un material que podría haber sido manipulado de mil maneras; el éxito de que cada sujeto en acción, incluidx elx espectadorx, conservara su Agencia, es decir, su capacidad de pensar (el lenguaje) y hacerlo, a su manera, siendo esta manera tan singular como compartida (pues la lengua es más o menos de todxs cuando se le quitan capas de dominio/corrección/mando). En fin, que no sé, que qué de bien y de belleza y de justicia. Que la hostia. Que si la repiten vayáis a verla.

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