Trébol
bajo un inmenso trébol
de cuatro hojas en el jardín
se hallaba el niño sin definir
su sexo. Es la suerte. Está ahí
pendiente. Tiempo detenido.
Está callado,
tiene en los labios otro trébol,
y donde irían los órganos otro, y así.
Lo tapé con piedras. En el jardín
cuando llueve el suelo se llena
de sus pelos suaves, se le
caen sin resistencia. Un cuerpo
sin resistir. Su respiración supura.
Murió, y nace. El jardín es eterno.
Dice
nacer fue agotador, todavía
estoy preñado
en la cara,
con las primeras arrugas,
habría que nacer envuelto
y que en un claro del bosque
se abra una luz
lagañosa
y que se encienda
la cacería, correr y atraparse
como a una mariposa...
dice el niño, con un resentimiento bucólico, femenino,
en el fondo
y corre a ocultarse hasta el llamado,
con su timbre y su aullido,
tapado por el trébol de su suerte,
con el sexo implícito, o casi imperceptible...
Martín Rodríguez, Maternidad Sardá.
Bahía Blanca: Vox, 2005.
11.12.15
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