21.2.24

en memoria

hay un montón de poemas de Alejandro Rubio que me impresionan, y libros como Falsos pareados que me encantan, pero el arranque de Música mala nunca me suelta, por el sonido y el ritmo fastuosos, y por lo irreverente y bruto de un vocabulario que, cuando leí la primera vez, yo nunca había escuchado antes dentro de un poema en castellano, y ya después me acostumbré y hasta lo vi desgastarse como recurso por cierto que de tan patriarcal pasado, homoerótico, diría, no en él sino en otros; pero el sonido, el ritmo, la desmitificación y el virtuosismo seguían ahí, intactos; una mezcla de barroco y conversacional, conversacional barroco, que me encanta. Las dos veces que coincidí con él, en Buenos Aires en 2016, me pareció que además de escribir muy bien, leía demasiado bien, y que tenía muchísimo filo al leer también, por eso me dio un gran orgullo, y quizá también un poco de alivio, que al oír "hay una trama" (Hacía un ruido) le gustara tanto que se levantara para celebrarlo. Copio aquí el poema en memoria, porque me llegó la noticia de su fallecimiento ayer por Gabriel Cortiñas, que fue quien me dio a conocer su poesía hace un montón de años. "Música mala" sale literalmente en un versito de Sale, si es que no sale su sonido a su manera versionado por otras partes de otros poemas que haya escrito desde que me puse a leerlo.

La canción de Bedoya 

Composición tema, La Obra: hilillos nada más,
hilillos de la lengua, blanquitos, como vetas
del texto que al develar
defenestran: a los cuerpos. Llenos, 
vacíos, llenos/vacíos, llenos 
y vacíos, se los enjuaga, a ellos,
en la corriente, lodosa, de la
lengua. En el estremecerse
del cuerpo bilingual, texto de última
carnal, hilillos o veta
-hilillos- de la carne otra:
ahí el Paisaje. Así el río, 
flujo mayor que arrastra el trozo
desde, hacia, el Destrozo: carnicería general
de la lengua. Lengua real, desreal, se realza
a (en, de, por) sí misma. El paisaje, por encima, 
flota. 
Tiembla. 
De repente se detiene.
Se                 para. Se-
para. Para-
dóxicamente: interrupción y corte:
fin, lengua cortada. De ahí el Paisaje,
rocas, aguas, lechos, casas y camas.
Bedoya, cantan afuera los niños,
nimios: chupame la polla. Y yo
aquí...
entre alcanfores. Truena el trueno sobre el trono,
trota en el potro la Tota, los baguales y alazanes, 
en efecto, corvan la corva. Yo, acá, 
ya no me llamo Bedoya, ahora soy Brian La Palma,
fotógrafo del suspenso que provoca el tener tiempo
de más para saber en qué momento va a pasar
lo que en este momento está pasando. Toc, toc.
¿Quién es? La Tota. ¿Qué Tota? La Tota que te parió.
Ah, el traba. Pasá, traba. Vos que te relamés
el labio lábil, con el lápiz lapislázuli
reponés lo consumido, entrás vestida de nada
y enseñando un seno entonás: Bedoya, ah
Bedoya, Bedoya, Bedoya, Bedoya,
Bedoya: chupame la. No. Sí. No. La tota, 
abierta, toma entre sus manos las pelotas,
puerca, con su lenguita de hilillos moja
y mama. Mama y leche, leche 
y lecho, de ahí
en adelante. Yo soy de vuelta Bedoya, un cacho
de alcanfor entre alcanfores, leche manando
y mamando a la vera del río Seco
donde en días claros se ve nadar todavía 
al ánade, ya casi pato, habiendo echado ya
los bofes el bagual, muertas las hojas, muerto el día, 
de mirar crecer las hojas, tronando solo
el trueno universal, me detengo,
voy, saco, empujo, corto, sueño, me voy...
en la palma: llegó la hora, llegó el material,
llegó la factura, llegaron
a hacer pata los obreros, llegó. 
                                             La Obra.

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