20.5.15

la poesía no es real / mayo de 015



deprisa deprisa, de tetuán al oriente, 17/5/015






Escena: Salón de la Mayordomía del Palacio Real, Madrid, España. Martes 19 de mayo de 2015, siete de la tarde. Ocasión: “XXVII Velada Poética en la Voz de sus Autores bajo la presidencia de honor de SS.MM los Reyes”. Los cuatro poetas anunciados son Olvido García Valdés, Clara Janés, María Victoria Atencia y José Bento, quien finalmente no puede asistir.

El párrafo anterior es un plagio del comienzo de un artículo de Marjorie Perloff titulado “Towards a Conceptual lyric. From content to context” y publicado en la revista de poesía Jacket 2 el 28 de julio de 2011. En dicho texto Perloff describe el recital de poesía de Elisabeth Alexander, Rita Dove, Bill Collins, Alison Knowles y Kenneth Goldsmith que tuvo lugar en la Casa Blanca el 11 de mayo de 2011 “bajo el auspicio de Michelle Obama”. Este recital era el cierre de un taller de poesía impartido en la misma sede para estudiantes de instituto. Siete de los estudiantes recitaron junto a los cinco conocidos poetas. Una ocasión tan pintoresca era aprovechada por Marjorie Perloff para describir algunas ideas hegemónicas sobre qué cosa sea la poesía en contraste con la propuesta poética del movimiento conceptualista que en esa velada representaba el polémico Kenneth Goldsmith.

Por si algún lector no sabe quién es, diremos que Goldsmith es un exartista y poeta uncreative, es decir, que no crea palabras sino que se apropia de las palabras de otros; que es la estrella más conocida del conceptualismo por sus grandilocuentes gestos de curaduría y performance, en la estela de su maestro Andy Warhol; y que es, sobre todas las cosas, el hacedor de ubueweb, es decir, del archivo audiovideotextual de vanguardias más grande del océano del Internet. Marjorie Perloff es, por su parte, una reconocida profesora de Literatura retirada de la Universidad de Stanford. Es autora de numerosos ensayos sobre las vanguardias y neovanguardias poéticas occidentales del siglo XX y a su influjo se debe un cierto renacer de estos estudios en los Estados Unidos. Uno de los libros más famosos de Perloff es The Futurist Moment: Avant-Garde, Avant Guerre, and the Language of Rupture (1985), del que se encuentra una traducción al español por Mariano Peyrou en la editorial Pre-textos (2009). A este libro fundamental para releer la poesía del siglo no como una escisión entre vanguardia y tradición sino como un proceso textual compuesto precisamente a la inversa, intenté homenajear en el título de mi tesis doctoral, de próxima publicación: El Momento Analírico. Historia invertida de la poesía en España desde 1964. El corpus de las poéticas, digamos, “orientadas al lenguaje” de los años 60 y 70 en España con el que yo trabajé traía un problema sociohistórico de tranmisión, consistencia y economía política lo bastante intrincado como para por sí mismo articulara otra suerte de libro, que no de título, distinto al de Perloff. Mi misión era encontrar una manera de recibir textos que se quedaron sin leer, por estar la mayor parte de ellos almacenados en el exótico e inútil cajón del “experimentalismo” mientras los muy conservadores poemas novísimos y posnovísimos confiscaban la etiqueta de “vanguardia” de un modo bastante distorsionador. A estas alturas de todo, en todo caso, en 2015 se ha declarado la muerte del conceptualismo tras la polémica apropiación de la autopsia de Michael Brown por Kenneth Goldsmith en un congreso de poesía, los nueve novísimos nunca jamás fueron los beatnick, ni los FLUXUS cedieron en llamarse ZAJ, mientras una velada poética en la Casa Real nunca va a ser un taller de poesía en la Casa Blanca, ni para bien ni para mal. Así que opto por detener aquí el plagio del paper de Perloff, pero me pongo una misión similar a la que se dio ella a sí misma en la Casa Blanca. La misión de ir a buscar las ideas campeonas de la poesía del año en la Casa Real. Comparto la tarea con mi amiga y compañera de galería Sole Parody. También y sobre todo compartimos una gran curiosidad por entrar en un palacio real.

El primer dato destacable, o mejor dicho, el dato fundamental en el que nos fijamos es que sus majestades los reyes no están presentes. Tampoco están presentes unas majestades anteriores, recién retiradas. Y yo personalmente no pude identificar a nadie que perteneciera a la Casa Real más allá del jefe de Patrimonio o Protocolo que presentó el acto. Diría que entre los asistentes, no más de cuarenta, había poetas, profesores de Universidad y familiares de quienes recitaban, pero no parecía haber representantes de la institución que invitaba. Esto propició que al final del acto se sintiera una suerte de exclusión. La sensación era que estábamos en una casa cuyo dueño sólo se hace presente en una imagen. Una enorme fotografía de los reyes presidía la estancia y coronaba la mesa de poetas, mientras a ambos lados de la habitación se encontraban colgados cuadros clásicos y al frente de la foto, un cuadro de arte contemporáneo. Las cortinas, las sillas, los muebles, eran del lujo arcaico que nos hace entender por qué alguien alguna vez habría querido ser rey y no plebeyo, por qué querría poseer toda la vista de los jardines de Sabatini en vez de compartir un trozo de ventanita al río o a la M-30. Pero poco más hacía que ese poder simbólico existiera y nos atemorizara. Si soy sincera, Parody y yo fuimos en busca de esa grandeza altocultural que una le presupone a un contexto como aquel. La grandeza que te gana por abatimiento, que te desanima, que te impresiona, que te hace sentir insignificante o súbdita.

Fue un recital normal en un contexto anormal. Yo diría que los invitados íbamos más arreglados y nerviosos que de costumbre y por más que no estuvieran los interlocutores sí estaba la institución para ser ocupada o intervenida. No obstante ninguno de las poetas presentes se tomó esa tarea. No me refiero a los comentarios que pudieran hacer y que no hicieron. Tampoco me refiero al contenido temático de los textos. Creo que poco hubiera cambiado de haberse leído poesía de la “conciencia”, “comprometida”, “social” o “política”. El marco tiende a absorber los enunciados. Del mismo modo que cuando se hace entre convencidos la poesía comprometida absorbe su crítica porque ofrece reconocimiento de ideas, pero no discusión. Yo me refiero a una operación de contextos, “from content to context” que diría Perloff, en alusión a un mínimo enfoque de la situación específica en que se va a ejecutar la performance. No me imagino a ningún artista conceptual o de acción a quien no le hubiera importado mínimamente la especificidad del espacio. Me pregunto qué hubiera hecho Isidoro Valcárcel Medina aparte de no asistir a un acto como éste, por diversos motivos. El principal, la arbitrariedad. El secundario, esa categoría tan inadecuada que puede llegar a ser “poeta” a estas alturas de siglo XXI si una no se molesta en deconstruirla. Me imagino una acción que consistiera en sortear entradas para el acto. O en plantear preguntas de poesía a los reyes. O a lo mejor salir al Patio de Armas. Pienso en lo bello que habría sido que María Victoria Atencia hubiera entrado en avioneta sobre la Plaza de Oriente, a lo Raúl Zurita sobre el cielo de la dictadura chilena. Pero eso hubiera sido un tipo de poema que apenas existe en España. O que de existir no llega a la Casa Real. Porque no la invitan o porque no asiste. O porque abandona antes de empezar a asistir. No llega a meta. No ocupa sus lugares. Unos días antes de aquel recital escuché a un escritor muy culto, muy leído y muy sensible afirmar que Gimferrer “seguía siendo” de un vanguardismo perturbador. Y yo sin querer entrar a discutir mucho sobre el tema le dije que eso no hacía justicia a quienes sí habían jugado un poco más seriamente a cambiar el lenguaje y la poesía por las mismas fechas que Gimferrer ganaba el Premio Nacional. A ninguno de ellos conocía. No me extraña. Casi todos ellos murieron, se mataron, lo dejaron muy pronto o se hicieron mayores. Y apenas lograron una memorabilidad.

Pero un poeta no tiene por qué hacer nada más que un texto, vale. Por qué no. Aceptémoslo. Que un poeta va donde se le dice y hace lo que conviene. Vale. Por qué no. Aunque esto empieza a explicar por qué invitan a poetas cada año a una de las instituciones más polémicas del Estado. En estos tiempos, digo. Por qué sí hay un recital pero no hay un concierto pop anual. Aunque al tiempo. ¿Alguien se imagina un concierto de pop para invitados exclusivos? Los hay pero no dejan de ser contradictorios. Como cuando las estrellas del pop tocan para millonarios. Algo se rompe ahí, una lógica, un pacto, si se quiere, “popular”. Por lo menos que haya posibilidad de conseguir una entrada. Para los poetas no se paga entrada, se paga prestigio. El caso es que hicieron textos, pero ¿qué textos?


Las ideas de poesía las enunció el jefe de sala. Los poemas que las hacían efectivas, las poetas. La primera idea, fundamental, es el altísimo valor de la poesía. Los poemas son como los Stradivarius que el Palacio guarda y custodia, es decir, objetos tan valiosos y lujosos que se han vuelto inaccesibles. Se citó a Horacio y a Virgilio. Se citó a Dereck Walcott, poeta al que yo no conozco y por ello me excuso, pero cuya cita traía algo bien perverso en aquel contexto: que la poesía permite “enamorarse del mundo a pesar de la Historia”. La frase es por lo visto algo que dijo en la casa de Lorca en un homenaje. La frase es uno de esos adagios que suenan tan bien y parecen tan consesuales que no cuesta mencionarlos hasta la extenuación, pero a nada que te fijas no hacen sino ejecutores de la mayor de las neutralizaciones posibles, de una de las separaciones más violentas de la cultura posfranquista, es decir, que se pueda elidir la historicidad de una mundanidad culturalmente muy escasa, que se pueda despojar de mundanidad una historia cultural tan conflictiva. Parody y yo, enamoradas de la historia y del mundo las dos, nos habíamos fijado en el detalle tan tierno de que la invitación de todo un Palacio Real nos llegara por email porque “debido a la huelga de correos temían no llegar”. Ahí estaba la historia tan feúcha de la edad de los recortes haciendo por manchar los aposentos reales. También ahí un mundo de contradicciones del que enamorarse. No obstante se prefiere que no pase, que no entren, que no sepan, que no se sepa, que no se diga, que no cuente. No nombrar. Homenajes sin verdades y recitales sin cuerpos reales. Produce una sensación de atemporalidad, pues, esta idea de la poesía. Una sensación de atemporalidad que no se encarna en una lengua viva en realidad efectúa algo así como un borramiento histórico. Un no estar como el de los Reyes. Un hacer resonar un ánfora antigua mediante unos cepillos de dientes. Sin contexto y sin historia, es decir, sin conflicto de tiempos en el texto, y sin lenguas que encarnen la materialidad de ese mundo deseado, es decir, sin cuerpos, la verdad es que una siente que atiende a un holograma de idioma y de acto de habla. O a una lengua vieja guardada en un estuche guardada bajo llave en un palacio. Cuando se requiere se abre la puertecita y se deja salir. No obstante lo que suena ya no suena como sonaba.

La otra cita por él muy citada es que la poesía nos dice cosas que nunca hemos escuchado. Y no puedo estar más de acuerdo, de verdad, en que la poesía es este desfijador, entrecorrentor o interruptor que desencaja la lengua del flujo circulante de la comunicación, pero ¿de verdad no hemos escuchado este poema, un poema como este, antes de entrar en el Palacio hoy?:

MONTAÑAS AL CREPÚSCULO

Acaso hay que seguir su gesto
cuando, con la caída de la tarde,
se alejan de la concreción
abandonando su peso a su materia
para hacerse inasibles en la luz.
Cuanto más distantes
más blancuras asumen
y vibran como una nebulosa
cuyo cuerpo es sólo
un divagar
que indica separación del gris
igualmente luminoso:
dos planos de la fuga
hacia la transparencia.

El sol oculto
se expandía tirando del cielo
hacía un lazo naranja
que se intensificaba
y lo arrastraba todo a la oscuridad...


PUERTO
Para Biruté Ciplijauskaité

Escucho las campanas del puente de los barcos:
septiembre es mes de tránsito y una goleta viene
a llamarme a las islas, o el cuarto se desplaza
lentamente. ¿Quién parte
junto a los marineros, quién roza mis muebles?
Oh puerto mío, acógeme esta tarde,
envuélveme un pañuelo de lana por los hombros
o llévame en un cuarto de roble mar adentro.

Creo que la pregunta podría ser formulada mejor al revés. ¿Es que hemos oído alguna vez otro poema en español de la segunda mitad del XX en España que no fuera éste aproximadamente? Quiero decir, no exactamente el contenido –que son un par de paisajes bien clásicos (un puerto, unas montañas al atardecer)– sino el sonido en el que toma forma el mismo, y ello por la combinación del fantasma de un tono métrico (eneasílabos, endecasílabos y alejandrinos) y de una sintaxis que pese a parecer compleja no distorsiona en nada las estructuras de la frase más clara. Es esta frase, en suma, la más prototípica de lo que un poema sea. El sol, el cielo, el puerto, las islas, el mar, las montañas, la luz, el gesto, la transparencia, la oscuridad, la caída de la tarde, las blancuras, los barcos*, no son piezas léxicas muy desconocidas, por no decir que son palabras estereotípicas del lirismo, pero aún si conviniéramos que cualquiera de ellas merece la posibilidad de seguir diciendo algo aún y a pesar de todo en un poema, ¿cómo lo van a hacer dentro del mismo ritmo con que se acuna el oído del lector cada vez que asiste a un recital de poesía? Señalo esto no para discutir en términos de calidades, sino de cualidades formales que cualquiera de nosotros los poetas reproducimos, y para formular la pregunta que a mí se me hace más históricamente pertinente: si éste es un estilo de época, o si es, fatalmente, un uso antihistórico y estancado de un muy blando verso semilibre, es decir, que parece libre y está alfileado de cadencias de metros castellanos. Otra pregunta posible podría ser preguntarnos si cabía en aquella sala algún poema que no partiera de la acumulación de palabras codificadas y su ornamentación dentro de una melodía codificada. De una poesía que jugara a cambiar la poesía, vaya.
Hay quien considera que una poesía que cambia la poesía, que se vincula con su presente de inscripción en términos problemáticos o que se toma a sí misma como una experimentación lingüística es algo que merece la pena clasificar como “vanguardia” y postergar a sus pequeños momentos de gloria durante el año institucional. No un premio Reina Sofía pero algún premio de segunda categoría. No el centro de la revista sino el anexo. No el centro del libro de texto, sino la excursión excéntrica a una exposición que amontone estas obras un día que convenga. Yo pienso que una poesía que no haga las tres operaciones anteriores simplemente se borra de la existencia. Pienso que ni la poesía tipificada de experimental amontonada en catálogos, ni la poesía de brocados que se reparte premios están de verdad tomándose en serio el conflicto de existir.

Puedes estar de acuerdo o no con que la poesía haya de hacer esto. Yo lo que sé es que allí dentro del palacio no había la pulsión de vida ni la de muerte. Que allí no habíamos nadie. Que no contábamos nada. Que era como asistir a un baile de hologramas. Por eso al salir, Parody y yo hicimos un ejercicio de exorcismo de la ausencia. Nos montamos en el coche, bajamos las ventanillas y dejamos sonar una muy alta de Manuel Molina, el de Lole y Manuel, que ese mismo día había muerto en este mismo territorio que en Madrid se gobierna y realea. Un poco de existencia contra un poco de inexistencia. No sé si se comprende esta última frase. Es algo que Perloff no diría, pero que yo digo con mucha consciencia. Me parece que más allá de estilos, modas y gustos, la posibilidad de que la poesía sobreviva, de que una poesía real tan plebeya o lujosa como se quiera una plantear se escriba, de que una cultura haga un mundo en la historia, de que un mundo haga un lugar para que en él habitemos nosotros, de que ese lugar haga una memoria para otros que al venir no tengan que recomenzar de nuevo y con apenas nada, de que esa memoria sea lo suficientemente crítica como para generar comunidad y disenso, pasa por problematizar una historia de transmisión de posiciones y por discernir cuerpos, existencias, visibilidades e invisibilidades de la pura reproducción de ausencias. ¿Dónde están los poetas que se inventaron una lengua y dónde no están? ¿Cómo era esa lengua? ¿En qué idioma está? ¿Quién la sigue hablando?



*Si acaso “muebles” es la que hace tropezar la hechura de donde aparece, pues pretendía fundir el interior de la casa con el exterior del puerto.







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