ijo no agas mas caca linpiate dejam elefante |
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partes de enero y febrero las pasé haciendo taller con ninixs de primaria y con familias en el CA2M. Se trataba de proponer un paseo diferente por Orden, una exposición del artista Carlos Garaicoa. Inventé un trabajo muy sencillo que de algún modo consistía en atender
un poco a la ciudad por la que se paseaba y en mirar otro poco la lengua
con que cada quien se iba encontrando.
Primero versionábamos un poema de Perec, ese que dice "no me gustaría vivir en París, pero a veces sí" o "me gustaría vivir en el Ártico, pero a veces no" o "me hubiera gustado ir a la luna, pero es un poco tarde" para llamar a los deseos de imginación del lugar donde se habita. Que una puede desear, vaya, algunas cosas de allí donde está. En este ejercicio aparecieron muchas playas, y piscinas (¡cómo no!) y aparecieron agujeros y cuevas y sitios "donde nadie me moleste" o "donde nadie hubiera estado nunca" y aparecieron deseos de ser inmortal "pero no siempre" y de viajar a países como México o países que se sabe que existen. Países, planetas, accidentes geográficos; poder usar lo que se sabe de otra forma que para saberlo, es un ejercicio poético. El juego era convertirse en poetas paseantes de la ciudad ordenada de Garaicoa. El reto era ir entresacando de la misma palabras, sonidos y frases de acuerdo a una misión específica, por ejemplo, "buscar sensaciones rojas" o "palabras que empiecen por vocal". Por el camino charlábamos sobre las obras y las palabras. Eran altas discusiones. Porque se tenía muy claro que la muerte no era roja (ni por otro lado era exactamente una sensación), pero se dudaba bastante de si la adrenalina lo era, o si era más bien "verde". Era difícil encontrar palabras que empezaran por "i". Y era más difícil aún que las frases que se imaginaba decían los muñecos de las maquetas de Garaicoa no resultaran fórmulas aburridas de conversación. En general era difícil salir del orden aburrido de las obras de esta exposición. No había apenas atracciones.
Primero versionábamos un poema de Perec, ese que dice "no me gustaría vivir en París, pero a veces sí" o "me gustaría vivir en el Ártico, pero a veces no" o "me hubiera gustado ir a la luna, pero es un poco tarde" para llamar a los deseos de imginación del lugar donde se habita. Que una puede desear, vaya, algunas cosas de allí donde está. En este ejercicio aparecieron muchas playas, y piscinas (¡cómo no!) y aparecieron agujeros y cuevas y sitios "donde nadie me moleste" o "donde nadie hubiera estado nunca" y aparecieron deseos de ser inmortal "pero no siempre" y de viajar a países como México o países que se sabe que existen. Países, planetas, accidentes geográficos; poder usar lo que se sabe de otra forma que para saberlo, es un ejercicio poético. El juego era convertirse en poetas paseantes de la ciudad ordenada de Garaicoa. El reto era ir entresacando de la misma palabras, sonidos y frases de acuerdo a una misión específica, por ejemplo, "buscar sensaciones rojas" o "palabras que empiecen por vocal". Por el camino charlábamos sobre las obras y las palabras. Eran altas discusiones. Porque se tenía muy claro que la muerte no era roja (ni por otro lado era exactamente una sensación), pero se dudaba bastante de si la adrenalina lo era, o si era más bien "verde". Era difícil encontrar palabras que empezaran por "i". Y era más difícil aún que las frases que se imaginaba decían los muñecos de las maquetas de Garaicoa no resultaran fórmulas aburridas de conversación. En general era difícil salir del orden aburrido de las obras de esta exposición. No había apenas atracciones.
la potencia de la letra que puede escribirlo todo |
Después nos sentábamos en algo así como una calle dentro de un museo, una calle con adoquines y alcantarillas modificadas por el artista. A mí me apetecía que experimentaramos analógicamente de toma del espacio público. Allí trabajábamos con el sonido de las palabras y frases que habían buscado durante el paseo usando una loop station. En la loop grabábamos palabras según órdenes de vocal, bases de lengua sobre las que luego añadir otras palabras, sílabas que al descomponerse y recomponerse inventaban otras palabras - a las que buscábamos significación, frases que se ocultaban unas a otras, como ocurre en los lugares concurridos, y entre las que intentábamos escuchar alguna un tanto más hermosa o memorable. La idea era buscar ritmos, disfrutarlos, fijarse en la parte sonora de la lengua, olvidarse en parte de los significados. Experimentar el placer de la combinación. Cuanto mejor era la escucha, más detalles aparecían. Me acuerdo de un niño al que se le ocurrió poner un determinante delante de "sombras" y dijo "las sombras" con una contundencia que hizo que lxs que le siguieron copiaran el determinante y quedara un texto bien rotundo. De una niña que tenía menos de seis años, y quizá no sabía escribir, y se tomó tan en serio el juego que cuando dijo la onomatopeya de un coche al micrófono, no sé, algo pasó. De unas gemelas también muy pequeñas que se engancharon la una a la otra en un beat como de hermanas. Una decía palabras y la otra repetía e e e e. Me acuerdo de una vez que se armó un ritmo fantástico para las cinco vocales - no se parecía nada al modo aburrido y escolar de decirlas - y no se nos quitó de la cabeza durante todo el taller. Esta experiencia de encontrar por pequeña que fuera resultaba emocionante. A veces la experiencia consistía en que alguien a quien le daba vergüenza lograra decir su palabra en el micro. También me fijé en zezeos, en formas muy raras de pronunciar. O en aquella señora a la que le pedí una rima y lo que hizo fue decir una palabra del mismo campo semántico que la palabra anterior. Después yo les leía un texto mío, que había hecho en un ejercicio parecido al de ellxs. A veces se movían al ritmo. Otras se fijaban en palabras como por ejemplo "flor trufa" o "flor retal". Otras lo que elegían del poema era la palabra "Amor", pero es porque querían usarla de antemano, me parece.
la letra saliendo del dibujo | la letra imprimiéndose en oro |
Entonces, al terminar de trabajar con el sonido les pedía que eligieran la palabra o forma verbal que más les hubiera gustado para escribirla en letras de "oro" sobre un cartel de tamaño DINA-3 que les daba desde el principio dentro de un sobre de color. Usábamos plantillas con la tipografía DALA FLODA, a quien algunos sorprendía por lo extraña. En esta parte me importaba proponerles que pensaran la lengua como grafía y como espacio, que desordenaran la línea recta y buscaran condensaciones o cruces o inversiones, y hasta errores, o sorpresas. Había a quien le gustaba buscar rarezas y había a quien le daba placer que la palabra quedara impresa impecablemente sobre la hoja. Pero me parece que siempre se disfrutaba del proceso de impresión. Poder salir de la caligrafía e imprimir en otra letra, pero poder a la vez distribuir, combinar y elegir las zonas de aparición, es un lujo y un placer para cualquiera, tenga la edad que tenga. Me fijé bastante en las palabras que elegían. Al principio, cuando no restringíamos la selección a las palabras y sonidos que hubieran salido en el taller, nos pasó que aparecieron "paz", "amor", "libertad" y abstracciones así de blandas; también sus nombres propios, sobre todo cuando tenían once o doce años. Daba la sensación de que estos términos eran los que se esperaba, los previsibles, los sustantivos-marca. Hubo también quien imprimió marcas de ropa o nombres de juegos de playstation. Salieron muchísimas palabras en inglés. Es como si los canales estuvieran ocupados. Cuando conseguimos proponer y explicar mejor el proceso de elección, aparecieron palabras más variadas - pero en general no más raras. "Farola" y "asombroso", por ejemplo. "Oro" siempre salía. "Oro" en oro, muchas veces escrito, cruzado, repetido. Y claro, cómo no.
El taller era sencillo y a lo mejor por eso resultaron objetos sencillos. De trabajar con ninixs, sobre todo me gustó que los detalles fueran el hallazgo y que cada detalle importara - por ejemplo si la hoja que usábamos de muestra no estaba doblada y la de ellxs sí, lo notaban; por ejemplo siempre preguntaban si te podías llevar el bolígrafo a casa; les molestaba la imperfección de cuando se corría la tinta y entonces se manchaba la hoja; siempre preguntaban si la tinta era de oro; y siempre se sorprendían ¡pero cómo no! ante el ORO, ante los LOOPS, ante los sobre de colores y los bolígrafos que te puedes quedar. Esa alegría me gustó mucho. El intercambio de miradas y alegrías, la emoción de encontrar, el peligro permanente de aburrirse y la falta de importancia o solemnidad.
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